jueves, 30 de septiembre de 2010

Ningún niño, por ninguna razón, debe convertirse en un mueble

Por María Teresa Mendez

La escuela tenía un pasillo largo donde se alineaban, unas tras otras, puertas vaivén pintadas de amarillo con un ojo de vidrio en la parte superior. Caminé hasta llegar al aula de 1º grado en la cual se encontraban alrededor de 20 chicos, 1 maestra y 3 estudiantes que organizaban la actividad de recortar figuras y pegarlas en sus cuadernos para armar un paisaje y ponerle nombre a cada elemento, también con letras recortadas.

La maestra, estaba sentada en su banco observando, los chicos dialogaban mientras hacían la tarea y, alejado de todos en un rincón del aula, un niño miraba hacia abajo sentado en el suelo con las piernas flexionadas. Pregunté que le pasaba y me contestaron que no quería trabajar y que lo dejan allí porque estaba tranquilo. Me acerqué y no me animé a sentarme en el piso, entonces busqué una silla bajita y me ubiqué delante de él. Ensayé diferentes maneras de comenzar un diálogo, ¿cómo te llamas?, ¿que grado es este?, ¿no tenés frío estando en el piso? Evité en todo momento preguntar por qué no hacía la tarea, ya que la idea era demostrar mi interés en saber quién era él, antes de saber por qué no cumple con lo que la escuela le exige.

Me llevó tiempo y paciencia lograr que comience a hablar. Me contó de su madre que lo acompañaba a la escuela y de un hermano que era como un ángel “que está con Dios”. Luego me dijo su nombre, yo le dije el mío y que hacía en ese lugar, lo acaricie y lo invité a sentarse en una silla cercana a una mesa. Fuimos juntos y allí me contó muchas cosas de su vida familiar que era muy conflictiva, un hermano muerto, un padre con problemas policiales y la religión muy presente en todo el relato.

Después hablamos de su mochila. Le pregunté si quería que yo viera su cuaderno, accedió con gusto y me explicó algunas cosas que tenía anotadas allí. Este avance me hizo pensar que era el momento de hablar del presente y de la actividad que hacían sus compañeros. Aceptó trabajar en una hoja que le alcanzó un chico, le pidió una tijera a una niña y yo le traje revistas para que recorte. Cuando terminó, ya éramos amigos, algo “entre” nosotros se había generado, reímos juntos mirando la revista y yo elogié su tarea. Como ya tocaba el timbre, se despidió con un beso y se marchó junto a sus compañeros rumbo el patio portando una gran sonrisa.

La reflexión

Cuando nos quedamos a solas con las estudiantes, nos prometimos que en el futuro no nos íbamos a permitir que un niño, por ninguna razón, se convirtiera en una especie de mueble en un rincón. También consideramos que éramos allí 5 adultos y en el cotidiano hay 1 maestro en el aula, pero como dijimos, por ninguna razón eso debe pasar.

Habrá que pensar en estrategias, recursos u otras personas adultas que pueden ayudar y también en como seguir y hasta donde involucrarnos con cada chico. Pensar si es necesario involucrarse, si podemos enseñar igual sin conocer a quienes, si ellos aprenden igual y si la escuela como institución social tiene que intervenir cuando aparecen problemas que son ajenos a ella. Nos preguntamos entonces, ¿son ajenos si los tienen sus alumnos?, ¿las políticas educativas consideran estas cuestiones, aportan o sugieren estrategias de abordaje?, ¿los adultos tenemos responsabilidad cuando los chicos tienen problemas que los desbordan y necesitan que nos demos cuenta y ayudemos?, ¿para que involucrarnos?, ¿que lograremos nosotros?, ¿y ellos?

Inevitablemente, la primer y esencial herramienta política con que contamos es nuestra palabra. La pregunta, la mirada, un gesto apropiado, fueron en este caso, el reconocimiento de que el otro estaba allí. Por eso, establecer comunicación puede tener un impacto de trascendental importancia. Siempre, para todo, existe una explicación, pero si no nos comunicamos con el otro, jamás podremos saberlo. También es importante exigir políticas apropiadas, acompañamiento profesional y apoyo del Estado, pero lo más importante de todo es que no olvidemos que, en tanto que seres humanos, somos seres políticos capaces de transformar la realidad a través de las palabras.